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Marcel Duchamp y el ajedrez
Javier Vargas Pereira
El arte es expresión de la vida; surge del placer, del
dolor, de los recuerdos, del presente, del futuro. El ajedrez, como la música, la
poesía o la pintura, es arte. Su naturaleza es de índole simbólica, estética y,
sobre todo, creativa.
El pintor Marcel Duchamp es uno de los pocos personajes
universales que consiguió destacar tanto en las artes plásticas como en el
juego ciencia. Nació el 28 de julio de 1887 en Blainville, Francia, y falleció
en Paris en 1968. Sus preferencias estéticas estuvieron ligadas sucesivamente
al postimpresionismo, al fauvismo, al dadaísmo y al futurismo. Desde el arte se
rebeló contra todos los valores artísticos de su época. Decía que un artista
debía innovar y servirse de cualquier objeto para crear una obra de arte. Una
de sus obras más célebres fue, “Desnudo
bajando la escalera”, representación de sucesivas posiciones de un cuerpo
en movimiento. Según la crítica de arte Gloria Moure, . “todo en él rebosaba
unicidad; su actitud, su modo de vida, sus reflexiones y sus creaciones
especificas forman un universo extremadamente simple, sincero y humilde.”
Duchamp calificó el ajedrez como un deporte, “un brutal
deporte”, dijo una vez, pero también como un deleite estético y, por tanto, un
arte. En una conferencia para la Asociación de ajedrez de Nueva York, en 1952,
dijo: “Creo en el hecho de que todo ajedrecista experimenta una mezcla de dos
deleites estéticos: primero, la imagen abstracta, unida a la idea poética de
escribir; segundo, el placer sensual de la ejecución ideográfica de esta imagen
en el tablero... Aun cuando no todos los artistas sean ajedrecistas, todos los
ajedrecistas son artistas.”
La pasión por el ajedrez se reflejó en muchas de sus
pinturas. En su época cubista creó, “Los
jugadores de ajedrez”, fechado en 1911. En ésta, dice Gloria Moure, los
jugadores desdoblan sus imágenes y las solapan en transparencia, mientras una
escueta referencia a las piezas de ajedrez queda suspendida en el centro. Aquí
se observa con bastante claridad que ya en aquel tiempo, importaba tanto en
Duchamp diferenciar las facetas de una imagen en un espacio bidimensional, como
conseguir un espacio indiferenciado en el cual las figuras y los colores más
que desmultiplicarse, “apareciesen”. En el estudio, las figuras, aunque
centradas, no tienen mayor preponderancia que las agrupaciones de piezas, y el
conjunto deviene en una atmósfera de movimiento más mental que físico.”
En 1912 pintó, “El
rey y la reina rodeados de desnudos flotantes”, sobre el cual, en
entrevista con Katherine Kue, el artista comentó: “Como usted sabe, se trata
del rey y la reina de un juego de ajedrez y el cuadro se convierte en una
combinación de complicaciones irónicas conectadas con la palabra “rey y reina”.
Aquí los desnudos flotantes en vez de ser colocados para que desciendan, se
incluyeron para sugerir un tipo distinto de movimiento, de velocidad; una
especie de fluido, que envuelve y flota entre las dos figuras centrales. El
empleo de desnudos eliminó completamente cualquier posibilidad de algo que
sugiriera una escena real o un rey o una reina de carne y hueso.”
Tanto la pintura como el ajedrez implican una
configuración de imágenes. Ambos pertenecen al dominio de las ideas y operan en
los linderos de lo imposible. Pintura y ajedrez implican sutiles
especulaciones, análisis, síntesis, abstracción, etcétera. En pintura, la
abstracción resulta de la disminución progresiva de la forma; en ajedrez, del
descarte y la eliminación de lo superfluo para elegir lo que es relevante. En
ambos, el espacio, el tiempo y la materia constituyen una perfecta unidad que
se despliega en el lienzo o en el tablero.
Para Marcel Duchamp, el cambio y el movimiento
constituyen la condición esencial de la vida. El movimiento, el descubrimiento
de nuevas formas, el dominio ejercido sobre la materia, hacen una síntesis de
elementos físicos e imaginarios que se funden en una unidad psicofísica. En
pintura, esto se refiere al color, al espacio, a la forma, al movimiento,
etcétera. En ajedrez, al espacio (el tablero), a la fuerza (las piezas) y al
tiempo (las jugadas).
Alrededor de los años 20, la disyuntiva para Marcel Duchamp
fue pintar o jugar ajedrez. Optó por jugar. Según la crítica, existe una
coincidencia entre el abandono de la pintura y el énfasis en el juego de
ajedrez, “hasta el punto de que ha sido habitual encontrar en ello un gesto
agresivo contra el arte. Sin embargo, en el contexto de una distancia respecto
a la convención ejercida desde hace tiempo, ese énfasis toma un cariz positivo,
y lo que es más, plástico, clarificado aún más si cabe, si tenemos en cuenta
que en la actitud de Duchamp, allá por los años veinte, arte y vida estaban ya
totalmente sombiotizados, mal que les haya pesado a muchos. Dijo que cuando se
jugaba al ajedrez, la opción de ganar era para él lo de menos, en cambio, el
jugar una partida implicaba “esbozar algo”, y la partida en sí era algo visual
y plástico pues era una realidad mecánica de orden dibujístico. La belleza
venía a ser la “imaginación del movimiento o del gesto.”
En 1915 emigró a Nueva York. Según Antonio Orihuela, ya
en esa época “cada vez le interesaban menos las conversaciones sobre pintura o
literatura y empezaba a despertarse en él una pasión inusitada por un juego
donde, además de pasarse embebido en él la mayor parte de la velada, solía
ganar muchas más partidas de las que perdía. En esos meses se inscribió en un
afamado club ajedrecístico de Nueva York, el Marshall Chess Club, ubicado en
Washigton Square, un barrio algo alejado de su casa, aunque eso no le impedía
pasarse bastantes noches jugando hasta las tres de la madrugada.”
En 1919 viajó a Buenos Aires. Como le ha ocurrido a
muchos, ahí se convirtió en un fanático del juego. Frecuentaba clubes,
participaba en torneos y lo dejó todo, incluso la pintura, para dedicarse a
jugar. En una carta enviada desde Buenos Aires a su amigo Walter Arensberg, en
1919, confiesa: "Tengo la impresión de estar a punto de convertirme en un
fanático del ajedrez... Juego todo el tiempo. Me he inscrito en un club local
en el que hay muy buenos jugadores agrupados en categorías. Todavía no he
tenido el honor de clasificarme, pero juego con varios ajedrecistas de la
segunda y tercera categoría y pierdo y gano de vez en cuando... Y en otra carta
escrita para las hermanas Stertheimer, afirma: “Juego día y noche y nada en el
mundo me interesa más que encontrar la jugada adecuada... Cada vez estoy menos
interesado en la pintura. Todo a mi alrededor adopta la forma del Rey o la
Reina y el mundo exterior sólo me interesa en cuanto es posible traducirlo como
conquista o pérdida de posiciones.”
En octubre de 1920, al final de su estancia Argentina,
comenta en una epístola enviada a Jean Crotti: “he hecho grandes progresos... y
no es que tenga la más mínima posibilidad de llegar a campeón de Francia, pero,
dentro de uno o dos años, tendré el placer de poder jugar prácticamente contra
cualquiera. Obviamente, es la parte de mi vida que me hace disfrutar más”. El 8
de febrero de 1921 comentó al pintor impresionista Francis Picabia “mi meta es
convertirme en un jugador de ajedrez profesional”. Y en 1922, desde New York,
en carta a P. H. Roché, dice: “ahora mismo, lo único capaz de interesarme sería
una pócima que me permitiera jugar al ajedrez divinamente”.
Como ajedrecista, Duchamp alcanzó la categoría de maestro
FIDE, que en aquella época era la más alta, después de la de campeón mundial.
Participó en numerosos torneos y representó a Francia en las Olimpiadas de
Paris, de 1924, La Haya 1928, Praga 1931 y Folkestone, 1933. En las dos últimas
formó parte del equipo encabezado por campeón mundial Alexander Alekhine. En
esos años escribió, conjuntamente con V. Halverstadt, el libro de teoría
ajedrecística titulado “L Opposition et les cases conjuguées sont reconciliées,”
uno de los pocos textos que aborda el complicado tema de las casillas
conjugadas.
El pintor alemán Max Beckmann (1884 1950), afirmó que,
“la pintura es una cosa muy difícil. Absorbe al hombre por entero, en cuerpo y
alma. Las figuras van y vienen, sugeridas por la fortuna o la desdicha...” Lo
mismo puede decirse del ajedrez. En 1927, Marcel Ducham se casó con Lydie
Sarrazin Levassor. Durante la luna de miel viajaron a Niza, donde Duchamp
decidió participar en un torneo de ajedrez local. Su pasión por el juego le
absorbió a tal grado que Lydie terminó por enfadarse y es fama de que terminó
por pegar con cola las piezas en el tablero.
Según Gloria Moure, “Duchamp pasa definitivamente a
bucear en la transformación poética de la realidad, pero para ello no recrea su
experiencia onírica, sino que se instala como inductor partisano desde dentro
del entramado de las palabras y las cosas, liberando en ello su impulso
interior, pero conteniendo, disciplinado, sus alegrías y sufrimientos. Se trata
en suma de aplicar la energía creativa al edificio relativamente endeble del
conocimiento universal.
Así
jugaba.
Aunque innovador en las técnicas de la pintura, Marcel
Duchamp solía jugar las aperturas o defensas más usuales en aquella época. En
la siguiente partida, con blancas, sigue los caminos de una defensa india de
rey, presiona constantemente, impide todo intento de contrajuego de las negras,
abre la columna h, en la que emplaza sus torres y, con el apoyo de la dama,
crea las condiciones ideales para emprender la ofensiva final.
Blancas: Marcel Duchamp
Negras: N. Feingin
Olimpiada de Folkestone, julio de 1933
Defensa india de rey, (Eco E81)
1.d4 Cf6 2.c4 d6 3.Cc3 g6 4.e4 Ag7 5.f3 0-0 6.Cge2 Cbd7
7.Ae3 c6 8.Dd2 a6 9.g4 b5 10.Cg3 bxc4 11.Axc4 d5 12.Ae2 e6 13.e5 Ce8 14.b4 De7
15.Tb1 Cb6 16.0-0 Cc7 17.a4 Tb8 18.Tfc1 Ad7 19.a5 Cc8 20.Ca4 Cb5 21.Cc5 Ta8
22.Axb5 cxb5 23.f4 Ah6 24.g5 Ag7 25.Rg2 Td8 26.h4 Ae8 27.h5 Dc7 28.hxg6 hxg6
29.Th1 Ce7 30.Th3 Cf5 31.Cxf5 exf5 32.Tbh1 Ad7 33.Th7 Ac8 34.De1, rinden
negras, 1 -0
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