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Marcel Duchamp y el ajedrez
Enviado en: 04-09-2017

Marcel Duchamp y el ajedrez

Javier Vargas Pereira

 

El arte es expresión de la vida; surge del placer, del dolor, de los recuerdos, del presente, del futuro. El ajedrez, como la música, la poesía o la pintura, es arte. Su naturaleza es de índole simbólica, estética y, sobre todo, creativa.

El pintor Marcel Duchamp es uno de los pocos personajes universales que consiguió destacar tanto en las artes plásticas como en el juego ciencia. Nació el 28 de julio de 1887 en Blainville, Francia, y falleció en Paris en 1968. Sus preferencias estéticas estuvieron ligadas sucesivamente al postimpresionismo, al fauvismo, al dadaísmo y al futurismo. Desde el arte se rebeló contra todos los valores artísticos de su época. Decía que un artista debía innovar y servirse de cualquier objeto para crear una obra de arte. Una de sus obras más célebres fue, “Desnudo bajando la escalera”, representación de sucesivas posiciones de un cuerpo en movimiento. Según la crítica de arte Gloria Moure, . “todo en él rebosaba unicidad; su actitud, su modo de vida, sus reflexiones y sus creaciones especificas forman un universo extremadamente simple, sincero  y humilde.”

 

Duchamp calificó el ajedrez como un deporte, “un brutal deporte”, dijo una vez, pero también como un deleite estético y, por tanto, un arte. En una conferencia para la Asociación de ajedrez de Nueva York, en 1952, dijo: “Creo en el hecho de que todo ajedrecista experimenta una mezcla de dos deleites estéticos: primero, la imagen abstracta, unida a la idea poética de escribir; segundo, el placer sensual de la ejecución ideográfica de esta imagen en el tablero... Aun cuando no todos los artistas sean ajedrecistas, todos los ajedrecistas son artistas.”

 

La pasión por el ajedrez se reflejó en muchas de sus pinturas. En su época cubista creó, “Los jugadores de ajedrez”, fechado en 1911. En ésta, dice Gloria Moure, los jugadores desdoblan sus imágenes y las solapan en transparencia, mientras una escueta referencia a las piezas de ajedrez queda suspendida en el centro. Aquí se observa con bastante claridad que ya en aquel tiempo, importaba tanto en Duchamp diferenciar las facetas de una imagen en un espacio bidimensional, como conseguir un espacio indiferenciado en el cual las figuras y los colores más que desmultiplicarse, “apareciesen”. En el estudio, las figuras, aunque centradas, no tienen mayor preponderancia que las agrupaciones de piezas, y el conjunto deviene en una atmósfera de movimiento más mental que físico.”

 

En 1912 pintó, “El rey y la reina rodeados de desnudos flotantes”, sobre el cual, en entrevista con Katherine Kue, el artista comentó: “Como usted sabe, se trata del rey y la reina de un juego de ajedrez y el cuadro se convierte en una combinación de complicaciones irónicas conectadas con la palabra “rey y reina”. Aquí los desnudos flotantes en vez de ser colocados para que desciendan, se incluyeron para sugerir un tipo distinto de movimiento, de velocidad; una especie de fluido, que envuelve y flota entre las dos figuras centrales. El empleo de desnudos eliminó completamente cualquier posibilidad de algo que sugiriera una escena real o un rey o una reina de carne y hueso.”

 

Tanto la pintura como el ajedrez implican una configuración de imágenes. Ambos pertenecen al dominio de las ideas y operan en los linderos de lo imposible. Pintura y ajedrez implican sutiles especulaciones, análisis, síntesis, abstracción, etcétera. En pintura, la abstracción resulta de la disminución progresiva de la forma; en ajedrez, del descarte y la eliminación de lo superfluo para elegir lo que es relevante. En ambos, el espacio, el tiempo y la materia constituyen una perfecta unidad que se despliega en el lienzo o en el tablero.

 

Para Marcel Duchamp, el cambio y el movimiento constituyen la condición esencial de la vida. El movimiento, el descubrimiento de nuevas formas, el dominio ejercido sobre la materia, hacen una síntesis de elementos físicos e imaginarios que se funden en una unidad psicofísica. En pintura, esto se refiere al color, al espacio, a la forma, al movimiento, etcétera. En ajedrez, al espacio (el tablero), a la fuerza (las piezas) y al tiempo (las jugadas).

 

Alrededor de los años 20, la disyuntiva para Marcel Duchamp fue pintar o jugar ajedrez. Optó por jugar. Según la crítica, existe una coincidencia entre el abandono de la pintura y el énfasis en el juego de ajedrez, “hasta el punto de que ha sido habitual encontrar en ello un gesto agresivo contra el arte. Sin embargo, en el contexto de una distancia respecto a la convención ejercida desde hace tiempo, ese énfasis toma un cariz positivo, y lo que es más, plástico, clarificado aún más si cabe, si tenemos en cuenta que en la actitud de Duchamp, allá por los años veinte, arte y vida estaban ya totalmente sombiotizados, mal que les haya pesado a muchos. Dijo que cuando se jugaba al ajedrez, la opción de ganar era para él lo de menos, en cambio, el jugar una partida implicaba “esbozar algo”, y la partida en sí era algo visual y plástico pues era una realidad mecánica de orden dibujístico. La belleza venía a ser la “imaginación del movimiento o del gesto.”

En 1915 emigró a Nueva York. Según Antonio Orihuela, ya en esa época “cada vez le interesaban menos las conversaciones sobre pintura o literatura y empezaba a despertarse en él una pasión inusitada por un juego donde, además de pasarse embebido en él la mayor parte de la velada, solía ganar muchas más partidas de las que perdía. En esos meses se inscribió en un afamado club ajedrecístico de Nueva York, el Marshall Chess Club, ubicado en Washigton Square, un barrio algo alejado de su casa, aunque eso no le impedía pasarse bastantes noches jugando hasta las tres de la madrugada.”

 

En 1919 viajó a Buenos Aires. Como le ha ocurrido a muchos, ahí se convirtió en un fanático del juego. Frecuentaba clubes, participaba en torneos y lo dejó todo, incluso la pintura, para dedicarse a jugar. En una carta enviada desde Buenos Aires a su amigo Walter Arensberg, en 1919, confiesa: "Tengo la impresión de estar a punto de convertirme en un fanático del ajedrez... Juego todo el tiempo. Me he inscrito en un club local en el que hay muy buenos jugadores agrupados en categorías. Todavía no he tenido el honor de clasificarme, pero juego con varios ajedrecistas de la segunda y tercera categoría y pierdo y gano de vez en cuando... Y en otra carta escrita para las hermanas Stertheimer, afirma: “Juego día y noche y nada en el mundo me interesa más que encontrar la jugada adecuada... Cada vez estoy menos interesado en la pintura. Todo a mi alrededor adopta la forma del Rey o la Reina y el mundo exterior sólo me interesa en cuanto es posible traducirlo como conquista o pérdida de posiciones.”

 

En octubre de 1920, al final de su estancia Argentina, comenta en una epístola enviada a Jean Crotti: “he hecho grandes progresos... y no es que tenga la más mínima posibilidad de llegar a campeón de Francia, pero, dentro de uno o dos años, tendré el placer de poder jugar prácticamente contra cualquiera. Obviamente, es la parte de mi vida que me hace disfrutar más”. El 8 de febrero de 1921 comentó al pintor impresionista Francis Picabia “mi meta es convertirme en un jugador de ajedrez profesional”. Y en 1922, desde New York, en carta a P. H. Roché, dice: “ahora mismo, lo único capaz de interesarme sería una pócima que me permitiera jugar al ajedrez divinamente”. 

 

Como ajedrecista, Duchamp alcanzó la categoría de maestro FIDE, que en aquella época era la más alta, después de la de campeón mundial. Participó en numerosos torneos y representó a Francia en las Olimpiadas de Paris, de 1924, La Haya 1928, Praga 1931 y Folkestone, 1933. En las dos últimas formó parte del equipo encabezado por campeón mundial Alexander Alekhine. En esos años escribió, conjuntamente con V. Halverstadt, el libro de teoría ajedrecística titulado “L Opposition et les cases conjuguées sont reconciliées,” uno de los pocos textos que aborda el complicado tema de las casillas conjugadas.

 

El pintor alemán Max Beckmann (1884 1950), afirmó que, “la pintura es una cosa muy difícil. Absorbe al hombre por entero, en cuerpo y alma. Las figuras van y vienen, sugeridas por la fortuna o la desdicha...” Lo mismo puede decirse del ajedrez. En 1927, Marcel Ducham se casó con Lydie Sarrazin Levassor. Durante la luna de miel viajaron a Niza, donde Duchamp decidió participar en un torneo de ajedrez local. Su pasión por el juego le absorbió a tal grado que Lydie terminó por enfadarse y es fama de que terminó por pegar con cola las piezas en el tablero. 

Según Gloria Moure, “Duchamp pasa definitivamente a bucear en la transformación poética de la realidad, pero para ello no recrea su experiencia onírica, sino que se instala como inductor partisano desde dentro del entramado de las palabras y las cosas, liberando en ello su impulso interior, pero conteniendo, disciplinado, sus alegrías y sufrimientos. Se trata en suma de aplicar la energía creativa al edificio relativamente endeble del conocimiento universal.

Así jugaba.

Aunque innovador en las técnicas de la pintura, Marcel Duchamp solía jugar las aperturas o defensas más usuales en aquella época. En la siguiente partida, con blancas, sigue los caminos de una defensa india de rey, presiona constantemente, impide todo intento de contrajuego de las negras, abre la columna h, en la que emplaza sus torres y, con el apoyo de la dama, crea las condiciones ideales para emprender la ofensiva final.

Blancas: Marcel Duchamp

Negras: N. Feingin

Olimpiada de Folkestone, julio de 1933

Defensa india de rey, (Eco E81)

1.d4 Cf6 2.c4 d6 3.Cc3 g6 4.e4 Ag7 5.f3 0-0 6.Cge2 Cbd7 7.Ae3 c6 8.Dd2 a6 9.g4 b5 10.Cg3 bxc4 11.Axc4 d5 12.Ae2 e6 13.e5 Ce8 14.b4 De7 15.Tb1 Cb6 16.0-0 Cc7 17.a4 Tb8 18.Tfc1 Ad7 19.a5 Cc8 20.Ca4 Cb5 21.Cc5 Ta8 22.Axb5 cxb5 23.f4 Ah6 24.g5 Ag7 25.Rg2 Td8 26.h4 Ae8 27.h5 Dc7 28.hxg6 hxg6 29.Th1 Ce7 30.Th3 Cf5 31.Cxf5 exf5 32.Tbh1 Ad7 33.Th7 Ac8 34.De1, rinden negras, 1 -0




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