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Jake Pepper y Robert Hawley Quinn se reúnen
para jugar ajedrez. Jake es un detective que busca al culpable de varios
asesinatos; Quinn es el posible asesino. Se trata de una breve novela de Truman
Capote, traducida al español como Ataúdes
tallados a mano. ¿Por qué un detective y un sospechoso juegan ajedrez? ¿Por
qué no otro juego? Las partidas entre ambos son el símbolo de una auténtica
pelea; cada uno pretende, a toda costa, dominar el tablero. La trama es
similar a un intenso juego de ajedrez. Las negras luchan por protegerse y al
mismo tiempo saben atacar; las blancas juegan en un espacio difuso, el
detective no logra un buen desarrollo, su apertura no fue la mejor.
Los episodios de la
vida cotidiana pueden ser comparados con una gran variedad de juegos; éstos
sirven de fuente para recoger expresiones adaptables a nuestras vivencias. Es
común escuchar frases como: “sacaré mi última carta” o “tengo un as bajo la
manga”. Sin embargo, el ajedrez no embona tan fácilmente en el
discurso cotidiano. La razón es sencilla: es un juego que exige mayor voluntad
de aprendizaje, más constancia y una persistencia que tiende a ser obsesión.
Acaso el esfuerzo mental es más grande que en otros juegos, de modo que resulta
más difícil trasladar conceptos del ajedrez a la vida cotidiana. A pesar de
ello, existen momentos cuya planeación y ejecución requieren de una habilidad
ajedrecística. Son situaciones cruciales, definitorias, delicadas, no comunes.
Cuando los ajedrecistas se enfrentan a una grave complicación en su mundo real,
la resuelven con ese mismo rigor con el que resuelven un mate en tres jugadas.
La literatura recoge
anécdotas que, por medio de un lenguaje excepcional, se tornan excepcionales.
Jake está convencido de que el homicida es Quinn, pero no cuenta con los
suficientes motivos para acusarlo. Ellos son dos veces contrincantes, el
ajedrez va más allá de las casillas y las piezas: es un juego que se percibe en cada uno de sus actos, decisiones y emboscadas. El individuo siniestro planea un asesinato
como quien planea la captura de una pieza. Se vale de celadas, sacrificios,
paciencia e ingenio; tal vez confíe que su nivel es mejor al de su adversario.
Aunque las jugadas no permitieran alcanzar su objetivo, habrá de intentarlo una
y otra vez.
En alguna parte de la
novela, el detective Jake Pepper conversa con otro personaje quien se muestra
atónito ante un homicidio. Al parecer, Quinn elaboró un plan que fue pura
matemática. “Con tantos preparativos, podía salir mal”, concluye ese personaje. A lo que Jake responde: “¿Y qué? ¿Qué
importancia tiene el fracaso? Lo habría intentado de nuevo. E insistido hasta
conseguirlo.” Robert Hawley Quinn es un jugador que pone gran cuidado en no
mostrar sus astucias; sabe que el buen ajedrecista perfecciona su arte por
medio de la insistencia, pues la insistencia es otra forma de la disciplina,
por lo menos en el ajedrez.
Jake también posee
una inteligencia ajedrecística. Planea la captura del asesino como quien planea
un jaque mate. Este objetivo lo desespera, no puede con él. Su estrategia, si
es que la tiene, es débil. Quiere comprobar que Quinn es el asesino, pero ni
siquiera consigue ponerlo en jaque. No puede ganar posición en la historia, su
investigación es pobre. Así como hay casos donde hace falta un caballo para lograr un
mate, al detective le faltan pruebas para culpar a su enemigo. Quizá se
enfrenta a un ajedrecista superior.
Es claro que las
partidas entre Quinn y Jake son apenas un símbolo del conflicto de la novela.
Truman Capote, para construir esta historia, situó a dos personajes en un mismo punto a fin de que interactuaran; pero, ¿cómo hacerlos convivir si son contrarios? El ajedrez fue
la respuesta, y no sólo eso: el planteamiento de la narración se refuerza
cuando observamos que los personajes contienden también en un tablero. Hay
historias que se parecen a una partida de ajedrez. Hay partidas que parecieran
una historia. El aficionado ajedrecista, que guste de reproducir y analizar
grandes jugadas, seguramente encontrará un placer semejante al acercarse a esta
novela.
[Artículo escrito por: Luis Flores Romero. Twitter: @lufloro]
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